Tuesday, October 28, 2008

Estrategias de intervención

Pese a que en la actualidad se siguen administrando fármacos para el tratamiento de los trastornos del sueño en niños, cada vez se apuesta más por procedimientos alternativos como la modificación de conducta. Aunque el tratamiento farmacológico puede ser efectivo en determinados trastornos como en el caso de las parasomnias, las técnicas de modificación de conducta están mostrando una gran eficacia en el tratamiento de los trastornos del sueño, incluso en niños pequeños. Muchos de estos trastornos son resultado de factores relacionados con aspectos de la conducta del niño, siendo estos casos donde la modificación de conducta muestra altos niveles de éxito, proclamándose como el tratamiento más acertado.
Podemos agrupar en tres bloques las principales técnicas utilizadas para el tratamiento de los trastornos del sueño en población infantil. No obstante, debemos tener presente la edad del niño al que queremos aplicar la técnica, ya que hay algunas que por su complejidad y dificultad en las instrucciones, no son viables en niños pequeños.

Técnicas de Relajación

Relajación Progresiva. Consiste en tensar y relajar pequeños grupos de músculos, aprendiendo a percibir las sensaciones que se producen. Debe procurarse que la relajación se convierta en un componente más del estilo de vida del niño, poniéndola en práctica todos los días antes de acostarse.

Respiración Abdominal. Consiste en que el niño, una vez tumbado, debe observar el ritmo y la profundidad de su respiración. Una vez que tiene conciencia del ritmo debe empezar a respirar más con el abdomen que con el tórax. Es importante que el niño tenga presente que no se trata de respirar más rápido o más lento, sino de respirar siempre con el abdomen.

Estiramientos. También son muy efectivos si se realizan antes de acostarse, ya que eliminan la tensión y facilitan el sueño. Además, son menos sistemáticos y requieren de menos tiempo para su realización por lo que puede facilitar que el niño los realice. Se pueden realizar estiramientos de diferentes zonas del cuerpo: torso, hombros, espalda, así como estiramientos de todo el cuerpo.

Biofeedback. Se trata de un procedimiento bastante más complejo que todos los anteriores. Mediante esta técnica, el niño puede llegar a controlar algunas de las actividades del cuerpo mediante un aparato que emplea indicadores, sonidos y luces que muestran en cada momento al sujeto cómo se encuentra de tensión muscular, temperatura cutánea, ritmo cardíaco, presión sanguínea, etc. El niño observaría los cambios naturales que se van sucediendo e iría aprendiendo a identificar los estados mentales que se corresponden a dichos cambios. Al cabo de un tiempo, la persona es capaz de influir sobre funciones que antes se escapaban de su control, aprendiendo a relajarse sin la ayuda de la máquina.

Técnicas Cognitivas.

La principal función de estas técnicas es evitar el efecto negativo de pensamientos que pueden interferir en el sueño del niño, impidiendo que éste se duerma.

Reestructuración cognitiva. Mediante esta técnica, el sujeto debe identificar los pensamientos que interfieren con el sueño y desarrollar otros pensamientos alternativos menos irracionales con el fin de favorecer el sueño. La detención del pensamiento sería una forma de eliminar estas ideas irracionales.

Entrenamiento en imágenes agradables. Mediante este entrenamiento, el niño aprenderá a desarrollar imágenes agradables y relajantes que le facilitarán el sueño. Así, una vez que sea capaz de desarrollar estas imágenes sin ninguna dificultad, se le instruirá para que las ponga en práctica cuando sea incapaz de quedarse dormido.

Intención paradójica. En esta técnica, el psicólogo instruye al niño para que ponga en marcha conductas paradójicas con respecto a los objetivos que se persiguen en el tratamiento.


Arreglo del estilo de vida

Reeducación de hábitos incorrectos. Resulta fundamental ya que el 98% de los problemas de sueño en niños pequeños están relacionados con los hábitos desarrollados, siendo éstos hábitos los que determinan en gran medida la calidad de sueño del niño. A modo de ejemplo, puede darse el hecho de que el niño con problemas de sueño, utilice su dormitorio para realizar otras actividades que no sean la de dormir (ver la televisión, escuchar música, leer), por lo que el dormitorio dejaría de ser un factor facilitador del sueño para convertirse en un elemento inhibidor. Éste sería pues, un hábito imprescindible de reeducar.

Control del estímulo. Esta técnica intenta situar la conducta del niño bajo el control de las señales del contexto de dormir: la cama, el dormitorio y la hora de acostarse, por lo que el niño llega a asociar estas señales con estados mentales y físicos que le conducen a dormir.

Cronoterapia. Mediante esta técnica, se intenta sincronizar el deseo o ganas de dormir con las horas programadas para ir a acostarse. Dado que es muy difícil hacer que un niño con dificultades para quedarse dormido al ir a la cama se duerma antes de la hora habitual, la cronoterapia opta por retrasar esa hora. Gracias a esta técnica, poco a poco, se irán ajustando los ritmos biológicos al horario estándar del ambiente en el que vive el niño.

Reducción del tiempo en cama. Se utiliza en el caso de niños que tardan en quedarse dormidos ya que se piensa que uno de los factores que mantienen el insomnio es el tiempo excesivo que pasan en la cama. Consistiría en que el niño pase en la cama justo las horas que duerme, restándole pues, aquellas en las que pese a que está en la cama, no está dormido. Es decir, si un niño duerme cinco horas pero paso ocho en la cama, reduciríamos las tres horas en las que no está durmiendo ya que éstas contribuyen a que cada vez el niño aumente las horas que pasa en la cama despierto, debido a que cree que no ha dormido lo suficiente, provocándole un sueño superficial.

Higiene del sueño. Consistiría en la realización de una serie de prácticas necesarias para mantener un sueño nocturno y una vigilancia diurna normales y de buena calidad, ya que existen una serie de factores que pueden mejorar pero también deteriorar la calidad de sueño. Siguiendo a Morin (1993), podemos agrupar estos factores en dos grupos: los factores ambientales tales como la luz, el ruido, la temperatura, el tipo de colchón, etc., y los factores asociados a la salud como la nutrición, el ejercicio físico, el consumo de estimulantes y el uso de hipnóticos.

Evaluación

La evaluación de las conductas de sueño/vigilia en niños se fundamenta en la utilización de técnicas subjetivas de recogida de información y sólo ocasionalmente resulta realmente imprescindible emplear registros polisomnográficos nocturnos y/o monitorización ambulatoria.
Es importante tener presente, que para realizar una adecuada evaluación conductual, debemos tener en cuenta todos aquellos componentes que puedan causar el trastorno: ambiente, conducta, componentes orgánicos y tiempo circadiano (Buela-Casal, 1990).

Las técnicas subjetivas incluyen básicamente:

Entrevista clínica

Es uno de los instrumentos de evaluación psicológica más empleados. Lo ideal sería realizarla tanto a los padres como al niño, si éste tiene suficiente edad. En el caso de que se hiciese una entrevista al niño, es importante realizar a los padres las mismas preguntas con el fin de comparar sus respuestas con la evaluación subjetiva del problema que hace el niño.

Debemos realizar una entrevista detallada, que abarque en la mayor medida de lo posible los siguientes aspectos:

Descripción del problema
Cuándo y cómo surge el problema.
Cómo evolucionó su sueño desde el nacimiento hasta la actualidad.
Estado de humor y nivel de activación durante el día.
Estilo de vida del sujeto: sedentario, activo, práctica deporte, etc.
Consumo de sustancias estimulantes.
Ambiente en el que duerme: tipo de habitación, ruidos, luz, etc.
Evaluación que el propio sujeto hace del problema.
Tratamiento que ha seguido.

Autoinformes y Cuestionarios

Los autoinformes se usan de forma complementaria a la entrevista para recabar información más específica de los hábitos de sueño del niño o para conocer las características topográficas de la conducta problema.
Los contenidos de estos instrumentos varían considerablemente de unos a otros; así, algunos de ellos evalúan la calidad del sueño en general, otros proporcionan una puntuación sobre el nivel de vigilancia o inciden sobre algún trastorno en particular.
A continuación haremos mención de algunos de estos autoinformes, ordenados en función de su finalidad:

Autoinformes que evalúan los hábitos de sueño:
Cuestionario de Sueño para Niños y Adolescentes (CSNA) (Cuenca Torres, 2000).
Cuestionario de Rituales de Sueño en Adolescentes (Abad y cols., 1996).
Cuestionario de Hábitos de Sueño (Rivas y cols., 1998).

Autoinformes que evalúan la calidad del sueño:
Índice de Calidad de Sueño de Pittsburg (The Pittsburg sep quality index) (Buysse y cols., 1989). Versión española de Royuela y Macías (1997).
Índice de Deterioro del Sueño (Morin, 1998).

Escalas que evalúan las actitudes hacia el sueño:
Escala de Actitudes y Creencias sobre el sueño (Morin, 1998).

Escalas que evalúan activación-vigilancia:
Escala de Somnolencia de Stanford (ESS) (Hodes, Dement y Zarcone, 1972). Versión española de Buela-Casal y Sierra (1994).
Escala de Somnolencia de Epworth (ESS) (Johns, 1991). Versión española de Buela-Casal y Sierra (1994).

Diarios de Sueño

Son registros que el niño contesta cada mañana después de levantarse. Únicamente pueden utilizarse cuando el niño tiene ya cierta edad (a partir de los 6 u 8 años). Mediante estos registros podemos obtener información sobre la hora de acostarse y levantarse, la latencia de sueño, número de despertarse, trastornos asociados, etc. Lo ideal es que estas anotaciones se realicen durante al menos dos semanas.
A modo de ejemplo, adjuntamos el siguiente diario de sueño para establecer la línea base del niño (Sierra, Sánchez, Miró y Buela-Casal, 2004):

L M M J V S D
Hora a la que el niño se acuesta
Hora a la que el niño se queda dormido
Número de veces que se despierta por la noche
Hora a la que se despierta por la mañana
Hora a la que se levanta por la mañana
Horario y duración de la siesta

Técnicas Psicofisiológicas

Estas técnicas permiten cuantificar y caracterizar de forma objetiva el sueño del niño y sus posibles alteraciones, y pueden utilizarse tanto en registros nocturnos como en la evaluación de la somnolencia diurna. El empleo de estas técnicas está muy limitado a situaciones de investigación o a contextos como el hospitalario.

Los registros nocturnos permiten una evaluación polisomnográfica, para lo cual el niño debe dormir en el laboratorio de sueño. Esta técnica nos va a permitir cuantificar y caracterizar objetivamente el sueño del niño y sus posibles alteraciones. Se registra en papel continuo diferentes parámetros fisiológicos: actividad electroencefalográfica, movimientos oculares, tono muscular, frecuencia cardiaca y respiración. Dependiendo del trastorno que presente el niño o que pretendemos diagnosticar se pueden registrar otros parámetros: temperatura corporal, sudoración, movimientos corporales, etc.
Entre las técnicas más utilizadas para la evaluación de la somnolencia diurna destacan:

Medida de latencia múltiple de sueño: mediante esta técnica medimos el tiempo que tarda el niño en quedarse dormido en diferentes momentos a lo largo del día, concretamente cada dos horas.
Medidas repetidas de la vigilia: con la que vamos a evaluar la capacidad del niño para mantener la vigilia y no la propensión a quedarse dormido.
Puntuación poligráfica de somnolencia e índice poligráfico de somnolencia. Consisten en un registro poligráfico corto que se realiza entre las 14.00 y las 16.00 horas, tomando medidas de la actividad electroencefalográfica, electrooculográfica, electromiográfica, cardíaca y respiratoria. Se evalúa la latencia y la duración total de cada uno de los estados siguientes: vigilia, fase I, fase II, fase III, fase IV y sueño paradójico. El índice poligráfico de somnolencia quedaría definido como el tiempo total de sueño expresado en porcentajes del tiempo total de la prueba y la puntuación poligráfica de somnolencia sería calculada en función del índice poligráfico de somnolencia y la duración total de todos los estados de sueño (Buela-Casal y Caballo, 1991).

Diferencias entre Terrores Nocturnos y Pesadillas

Pese a que resulta bastante difícil establecer diferencias entre pesadillas y terrores nocturnos, es muy importante aprender a diferenciar estos dos episodios ya que requieren acercamientos distintos. En el pasado, ambos términos se usaban indistintamente para definir un mismo tipo de episodios. Actualmente sabemos que las pesadillas son sueños terroríficos que tienen lugar dentro de una fase REM estable y que están acompañados por una vigilia completa. Los terrores nocturnos, en cambio, surgen en el curso de un despertar parcial que sigue a una fase de ensoñación profunda con ausencia de sueños.
A pesar de que, desde el punto de vista teórico, la diferencia aparece muy clara, su manifestación externa es muy similar, sobre todo en niños pequeños. Un niño que ha sufrido una pesadilla se despertará muy asustado, y muchas veces se mostrará reticente a continuar la noche solo en su cama. En sueños especialmente terroríficos, este pavor podrá prolongarse durante varias noches. En cambio, el niño que padece terrores nocturnos no manifestará ningún signo aparente de intranquilidad; la semiinconsciencia que caracteriza sus estados de vigilia le llevará a volver a conciliar el sueño sin ningún tipo de aprensión.
Podemos destacar un par de elementos externos que dificultan aún más esta distinción:

Edad del niño. Puede darse el caso de que el niño sea demasiado pequeño como para expresar y dar a conocer las sensaciones que experimenta durante la noche.

Las propias manifestaciones externas. Es bastante frecuente que los padres consideren “un mal sueño” cualquier episodio que vaya acompañado por llantos y chillidos, y que pasen por alto el hecho de que el niño no sea capaz de narrar lo que ha soñado hace unos pocos instantes. También pueden hacer una interpretación errónea de las manifestaciones externas de su hijo.

A modo de esquema, hacemos mención de las diferencias más significativas entre las pesadillas y los terrores nocturnos

Clasificación de los Trastornos del Sueño

La clasificación de los trastornos del sueño en la que nos vamos a basar, comprende cuatro categorías (Buela-Casal y Caballo, 1991):

Disomnias: trastornos de iniciación y mantenimiento del sueño o insomnios, trastornos de somnolencia excesiva (apnea y narcolepsia) y trastornos del sueño relacionados con el ritmo circadiano.

Parasomnias: trastornos del despertar (sonambulismo y terrores nocturnos), trastornos de la transición sueño-vigilia (sonambulismo) y alteraciones asociadas al sueño paradójico (pesadillas).

Trastornos asociados a alteraciones médicas o psiquiátricas.

Trastornos sobre los que no se tienen suficiente información como para ser considerados trastornos del sueño.

Atendiendo a Pedreira y Martín-Álvarez (2001), las alteraciones o trastornos del sueño más frecuentes en consultas de pediatría, se distribuirían gráficamente del siguiente modo:


Concretamente, si nos centramos en las disomnias y las parasomnias con mayores tasas de prevalencia según Covertini y cols (2003), las gráficas resultantes serían las que exponemos a continuación:



Dado que la gran mayoría de los niños presentan en algún momento de su vida alguna alteración relacionada con el sueño, vamos a dedicar unas páginas a describir aquéllas que desde nuestro punto de vista, consideramos más relevantes:

Insomnio

Consideramos que un niño padece de insomnio, cuando las horas de sueño son frecuentemente menores a las consideradas normales para su edad, y además va acompañado de inquietud, irritabilidad, malestar y fastidio del pequeño durante el día. En los niños menores de cinco años, esta alteración suele estar casi siempre relacionada con una adquisición inadecuada de hábitos de sueño. Es por ello, que podemos encontrar dos tipos de insomnio infantil: insomnio por hábitos erróneos o incorrectos e insomnio por trastornos psicológicos (Estivill, 1998):

Insomnio infantil por hábitos incorrectos. Es el más frecuente, afectando al 98 por 100 de los casos. Está provocado y mantenido por una deficiente adquisición del hábito de dormir, produciéndose una desestructuración del mismo como consecuencia de los múltiples cambios y estrategias realizadas por los padres para intentar que el niño se duerma. Suele aparecer en niños desde los seis meses hasta los cinco años de edad, produciendo una grave distorsión del sueño de los niños y de sus padres. Normalmente interrumpen su sueño de cinco a quince veces y les resulta imposible volver a conciliarlo de forma espontánea y sin ayuda.

Insomnio infantil por causas psicológicas. El propio proceso de desarrollo va acompañado de nuevas situaciones y acontecimientos que pueden incrementar la ansiedad del niño y desencadenar el insomnio. A veces, la oscuridad y la soledad pueden provocar miedo y ansiedad, con la consiguiente dificultad para conciliar el sueño. Se estima que el insomnio infantil, a partir de los cinco años de edad, presenta una prevalencia del 14 por 100 de la población infantil (De la Fuente, Estivill y Doménech, 1997).

Apnea Infantil

Se caracteriza por la presencia de múltiples paradas respiratorias durante el sueño asociadas a ronquidos y a una somnolencia excesiva durante el día. Su importancia radica en que producen graves alteraciones del sueño, que pueden suponer un riesgo para la vida del niño.

Podemos distinguir tres tipos de apneas de sueño:

Apnea central, caracterizada por la parada del flujo aéreo provocada por la pérdida de esfuerzo respiratorio.

Apnea obstructiva o de las vías respiratorias superiores, caracterizada por la parada del flujo aéreo, a pesar del esfuerzo respiratorio persistente.

Apnea mixta (central y obstructiva), caracterizada por una fase central con parada de flujo y sin esfuerzo respiratorio, seguida de una fase obstructiva con un esfuerzo respiratorio frente a la obstrucción.

Las apneas que más predominan son la obstructiva y la central. Estas paradas respiratorias se repiten varias veces por la noche, y van acompañadas de una superficialización del sueño o de un despertar breve, generalmente inferior a treinta segundos.
La incidencia y prevalencia de la apnea de sueño son difíciles de determinar ya que la gran mayoría de los pacientes no suelen tener conciencia del problema en su estadio inicial. No obstante, pese a esta dificultad, la apnea del sueño es la segunda causa más importante de somnolencia excesiva durante el día en población infantil y adolescente, sólo superada por la narcolepsia.
Los ronquidos provocados por la obstrucción parcial de las vías aéreas se repiten varias veces durante la noche. Por la mañana, el niño no se acuerda de las dificultades respiratorias ni de los múltiples movimientos corporales realizados durante la noche. La queja principal que manifiestan los niños es la somnolencia excesiva durante el día, la cual puede ir desde una ligera fatiga o malestar hasta ataques de sueño no restauradores de más de una hora. Esta somnolencia diurna suele deteriorar el aprendizaje escolar.

Síndrome de Muerte Súbita Infantil

Se trata de episodios de suspensión respiratoria durante el sueño, que pueden causar la muerte del niño. En los países desarrollados este síndrome constituye una de las primeras causas de muerte en el primer año de vida. La tasa de incidencia varía según los diversos autores del 1 al 8 por mil de los bebés nacidos vivos, con tasas más altas para ciertos subgrupo raciales, o para niños con patologías especiales que hayan requerido reanimación en unidades de cuidados intensivos. Se encuentra también un cierto componente familiar, dándose con más frecuencia en familias en las que uno de los hijos haya fallecido por esta causa, y se encuentra también una correlación con otros factores diversos, como la prematuridad, la toxicomanía de la madre, etc.

Narcolepsia

Es un síndrome caracterizado por la presencia de cuatro síntomas que representan la denominada “tétrada narcoléptica” (APA, 2000):

Somnolencia diurna acompañada de ataques repentinos de sueño con una duración en torno a 15-20 minutos, pudiendo llegar a durar hasta una hora. Los ataque de sueño se describen como irresistibles, pudiendo darse en las situaciones más inapropiadas, aunque las situaciones de baja estimulación aumentan el grado de somnolencia. Los sujetos con narcolepsia suelen tener de 2 a 6 episodios diarios de ataques de sueño. Es la queja más frecuente del sujeto narcoléptico.
Cataplexia. Se caracteriza por una atonía muscular de breve duración, sin que se produzca la pérdida de conciencia. Ocurre en aproximadamente el 70 por 100 de los individuos con narcolepsia y puede manifestarse en síntomas que van desde pesadez de los párpados o de los brazos hasta perdida total del tono muscular, con desplome del cuerpo. La cataplexia es provocada normalmente por estímulos emocionales potentes y su frecuencia es variable, pudiendo producirse desde un ataque por semana hasta varios en un día. La duración de este fenómeno es de unos pocos segundos, no estando afectadas las funciones respiratorias.

Parálisis del sueño. Destaca la incapacidad por parte del sujeto para realizar movimientos voluntarios cuando se va a quedar dormido o al despertarse. Este estado se acompaña de una sensación intensa de miedo. Normalmente, se recobra la capacidad para utilizar los músculos después de pocos segundos, terminando la parálisis de forma espontánea o cuando alguien habla o toca al sujeto. De un 30 a un 50 por 100 de los sujetos con narcolepsia padecen parálisis del sueño.

Alucinaciones hipnagógicas. Entre el 20 y el 40 por 100 de los individuos con narcolepsia sufren alucinaciones hipnagógicas (imágenes intensas de ensoñación antes de dormirse) o alucinaciones hipnopómpicas (justo al despertarse), pudiendo ser también auditivas o visuales. En muchas ocasiones, estas alucinaciones van acompañadas de una fuerte sensación de miedo.

Aunque se han descrito algunos casos de narcolepsia en niños menores de 10 años, suele iniciarse en la adolescencia tardía. Es evidente que la calidad de vida de estos sujetos se ve afectada por los ataques de sueño y la cataplexia, que interfieren tanto en las relaciones interpersonales como en el rendimiento académico y en el estado de ánimo.

Somniloquio

Es un trastorno muy frecuente en la población infantil y su característica principal es la aparición de expresiones orales más o menos complejas durante el sueño. Se asocia en ocasiones a episodios de sonambulismo y cuando se produce de forma aislada normalmente se relaciona con las fases de sueño no REM por lo que no implica a los sueños. El habla emitida puede ir desde sonidos ininteligibles hasta un pequeño discurso. Este habla tiene una duración de pocos segundos y ocurre esporádicamente, resultando inútil pretender entablar una conversación con el niño.
Aunque estos episodios pueden aparecer en cualquier edad infantil, en la mayoría de las ocasiones se inician cuando el niño está en edad preescolar. En un estudio realizado por Reimao y Lefévre (1980) se informa que hasta un 50 por 100 de niños de entre 3 y 10 años presentan somniloquios al menos una vez al año, y en torno a un 20 por 100 una vez por semana. No obstante, el hecho de hablar de noche no presenta mayor problema que el niño despierte a la familia. Debemos destacar el hecho de que nos encontramos ante un problema que al no estar asociado a ningún trastorno orgánico o psicológico grave, suele desaparecer espontáneamente.

Jactatio Capitis Nocturna

Se define como la conducta asociada al sueño que consiste en el balanceo repetitivo y rítmico de la cabeza (delante-atrás y hacia los lados) y, en algunos casos, de todo el cuerpo, normalmente antes de que el niño se duerma aunque también puede llegar a producirse durante o después del sueño. En la mayoría de los casos estos movimientos son suaves pero pueden llegar a resultar violentos (golpear la cabeza contra la cama o las paredes) hasta el punto de provocar heridas. En ocasiones, el niño puede realizarlos durante un periodo de tiempo prolongado sin mostrar cansancio aparente y sin llorar tras golpearse la cabeza con objetos. El principal objetivo pues, sería evitar que el niño se haga daño al golpearse con los objetos ya que estos movimientos por sí mismos son inofensivos y no dejan secuelas.
La frecuencia de este tipo de movimientos oscila entre sesenta y setenta veces por minuto; en la mitad de los casos, la duración del episodio suele ser de quince minutos y en un 26 por 100 puede llegar a durar más de una hora (Reimao, 1990).
Los movimientos pueden ser interrumpidos por algún estímulo externo como la voz de la madre llamando al niño. Suele darse con más frecuencia entre los 8 y los 24 meses de edad aunque en ocasiones estos movimientos reaparecen varios años después coincidiendo con una etapa de tensión emocional acentuada.

Bruxismo

También denominado rechinar de dientes, puede ocurrir a cualquier edad, afectando al 50% de los niños y pudiendo empezar tan pronto como a los 10 meses de edad. Se caracteriza por un rechinar de dientes repetitivo y rítmico durante cualquier fase del sueño con una fuerza mucho mayor que la que se puede hacer en vigilia imitándolo, lo que puede llevar a la erosión e incluso a
la movilidad de los dientes. Puede ir precedido de un aumento del ritmo cardíaco o de otros movimientos corporales.
La incidencia en niños de 3 a 7 años es del 2.3 al 12.1 por 100, siendo mayor en aquellos sujetos que tienen algún antecedente familiar de bruxismo. El niño no suele tener conciencia de este comportamiento y en muy raras ocasiones se despierta por el ruido producido. Sí es cierto que suelen quejarse por el dolor en sus mandíbulas, el cansancio en los músculos de la masticación y por una extrema sensibilidad en los dientes al despertar por la mañana.



Sonambulismo

Se caracteriza por breves episodios de actividad motora que aparece normalmente durante el sueño de ondas lentas, casi siempre en el primer tercio de la noche. Un episodio típico se inicia con movimientos corporales que pueden llevar al sujeto a sentarse en la cama de una forma brusca e incluso levantarse y comenzar a deambular. El sonámbulo mantiene los ojos abiertos y fijos, siendo capaz de inspeccionar el ambiente evitando de esta forma los objetos encontrados a su paso, aunque existe el riesgo de que se caiga por una escalera o por una ventana. El sujeto puede llegar a levantar las sábanas de forma automática o reajustar la almohada antes de levantarse de la cama y ponerse a caminar, puede llegar a vestirse, abrir las puertas y ventanas, salir de la casa, alimentarse o realizar tareas de higiene personal. Ocasionalmente, el sujeto puede hablar, aunque su articulación es muy pobre, limitándose a una simple murmuración.
La duración de un episodio puede ir desde un minuto hasta más de media hora, y su frecuencia puede ser de hasta varios episodios por semana. A menos que se le despierte durante dicho episodio, no recordará nada al día siguiente, e incluso se sorprenderá por lo que haya podido realizar. El episodio de sonambulismo puede terminar de diferentes formas: en ocasiones, el niño después de sentarse en la cama y realizar movimientos repetitivos, se acuesta y continua durmiendo normalmente; otras veces, el sujeto se despierta mostrando un estado de desorientación durante unos instantes; en otras ocasiones, el niño puede deambular por la casa y terminar acostándose en otro lugar sin recordarlo a la mañana siguiente.
El trastorno puede durar varios años y aunque no provoque ninguna alteración comportamental ni predisponga a otras patologías, si los episodios se producen de forma frecuente, se puede generar una preocupación familiar y una alteración de las relaciones interpersonales.
Los episodios comienzan en la mayoría de los casos entre los 4 y 8 años, alcanzando su máxima frecuencia a los 12 años y desapareciendo espontáneamente sobre los 15 años. Esta parasomnia se distribuye por igual entre hombres y mujeres y su prevalencia parece estar entre el 1 y el 5 por 100 de los niños (aunque del 10 al 30 por 100 de la población infantil parece haber tenido al menos un episodio de sonambulismo).

Pesadillas

La pesadilla es casi siempre un sueño largo, complicado, de contenido ansiógeno, que se va haciendo cada vez más angustioso hasta que el sujeto se despierta con una intensa sensación de angustia, y con los correlatos somáticos de la misma: taquicardia, respiración agitada, temblores, piloerección, etc, pudiendo el sujeto recordar perfectamente el contenido del sueño.
Las pesadillas, tanto las transitorias como las situacionales se producen a cualquier edad en la gran mayoría de las personas, aunque su relato es más común en la primera década de la vida.
Entre el 10 y el 50 por 100 de los niños de 3 a 5 años tienen pesadillas lo suficientemente intensas para llamar la atención de los padres. En los adultos, aproximadamente un 50 por 100 puede informar de pesadillas ocasionales y, en jóvenes, por lo menos un 3 por 100 informa tener pesadillas frecuentemente o siempre (APA, 2000). Según el DSM-IV-TR, la presencia de pesadillas es más frecuente en mujeres que en hombres (en una proporción entre 2 y 4 a 1). Las pesadillas suelen comenzar entre los 3 y los 6 años, aunque su curso es muy variable, pudiendo incluso persistir hasta la edad adulta.
No está clara la etiología de las pesadillas infantiles. Algunos especialistas consideran que podrían estar relacionadas con un alto nivel de excitación antes de acostarse. Lo que sí está claro es que las pesadillas son más frecuentes cuando el niño está preocupado o ansioso por algo. En el caso de que sean muy frecuentes, casi diarias, posiblemente estén relacionadas con inseguridad en el niño por algún motivo en casa o en el colegio. Normalmente no sirve de nada preguntarle al niño qué es lo que le preocupa. Si se observa al niño más de cerca reparando en sus juegos y dibujos, probablemente podremos descubrir qué le preocupa. En muchas ocasiones, el hecho de charlar con el niño sobre lo que le ocurre ya pone fin a las pesadillas. Si no sucede así y siguen apareciendo pesadillas entonces lo mejor es consultar a un especialista. Según Martín Herbert, se observa un sensible aumento de pesadillas en aquellos niños que han estado separados de sus madres durante un período de tiempo largo, y más aún si el niño está separado de la madre y además hospitalizado.

Terrores Nocturnos

Pese a que muchos padres confunden las pesadillas con los terrores nocturnos, en realidad son cosas muy distintas. Un niño con terrores nocturnos se incorporará bruscamente, y erguido en su cama gritará con los ojos abiertos y las pupilas dilatadas dando muestras de agitación y pánico. En plena crisis presentará una desorientación espaciotemporal por lo que puede mostrar indiferencia a la presencia de los padres A veces, incluso realizará movimientos bruscos con el cuerpo, el pulso se acelerará, la respiración será rápida y entrecortada y sudará abundantemente. Se pueden producir gestos incoordinados y rápidos, y una fijación de la mirada en algún punto frontal. A pesar de toda esta activación inicial, el niño puede tardar entre cinco y diez minutos en despertarse en el caso de que esto ocurra. En plena crisis, la única cosa que un padre puede hacer por su hijo es abrazarlo y tranquilizarlo hasta que se calme y vuelva a dormirse.
Estos episodios tienen una duración aproximada de dos minutos aunque en algunas ocasiones sólo cesan al cabo de veinte minutos. Cuando el niño se despierta durante el episodio de terror nocturno, generalmente no suele recordar lo ocurrido y en el caso de que recuerde algo de su contenido, éste no suele ser muy elaborado, sino más bien se trata de escenas terroríficas aisladas. Afortunadamente, a la mañana siguiente, el niño no guardará ningún recuerdo de lo ocurrido.
Los terrores nocturnos aparecen normalmente a los 2-3 años de edad, durante el primer tercio de la noche, asociados al sueño profundo. En general, suelen desaparecer al regularizar los horarios de vigilia-sueño del niño y al abordar ciertos problemas conductuales que pueden ocurrir durante la vigilia (problemas escolares, relaciones con los padres o los hermanos, etc.). Por muy alarmantes y angustiantes que sean, son inofensivos y sus efectos tanto a corto como a largo plazo, no son más que la interrupción del sueño de la familia.

Proceso Evolutivo del Sueño

El sueño Infantil. Evolución de 0 a 12 meses

A grandes rasgos, el problema más molesto en el primer año de vida es la incapacidad de dormir toda la noche, existiendo la posibilidad de que el niño carezca de la capacidad de volver a dormirse sólo después de un despertar nocturno normal.
Es importante tener presente que los hábitos que se forman en este primer año, pueden ser la base para el desarrollo de futuros problemas de sueño.

Primer trimestre: 0 a 3 meses. En este primer trimestre de vida, el niño duerme más de noche y pasa más tiempo despierto durante el día, realizando una serie de siestas en lugar de breves y frecuentes sueños. El promedio total de horas de sueño oscila en torno a unas 16 o 17 horas por día. Pese a su corta edad, el niño posee un repertorio de conductas que le permiten comunicar sus necesidades y son los padres los que aprenden a interpretar las señales de la conducta del niño con el propósito de proporcionarle el mejor de los cuidados. Podemos destacar el fuerte vínculo existente en este primer trimestre entre el sueño y la alimentación.

Segundo trimestre: 3 a 6 meses. Con esta edad, el niño duerme un promedio de 14 horas en total. Durante la noche duerme de 9 a 10 horas y durante el día de 4 a 5 horas. Suele realizar siestas por el día a horas relativamente regulares. Un dato importante es que del 50 al 70 por ciento de los niños en este segundo trimestre duermen siete horas seguidas por la noche.

Tercer trimestre: 6 a 9 meses. A esta edad, el sueño total por día varia de 13 a 15 horas, existiendo una disminución del vínculo entre el sueño y la alimentación. En el caso de que no se haya desarrollado espontáneamente un ritual de la hora de acostarse, ésta es una buena edad para establecerlo. En este grupo de edad podemos observar la reaparición de los llantos nocturnos que suelen darse cuando el niño se despierta de un sueño ligero y se encuentra solo. Estos llantos desaparecen cuando el pequeño empieza a darse cuenta de que la gente y los objetos siguen existiendo aún cuando no están a su vista. Ésto es lo que denominamos “permanencia del objeto”.

Cuarto trimestre: 9 a 12 meses. Este cuarto trimestre marca el inicio de la búsqueda de la independencia. En torno a esta edad, el niño suele dormir unas 14 horas por día, 12 de las cuales son de noche, además de realizar dos siestas diarias de una hora cada una.

El sueño del niño de 1 a 3 años

El niño de esta edad puede expresar sus ideas, dar órdenes, y hacer preguntas, además de poseer mayor control de su cuerpo y necesitar menos ayuda de los adultos para realizar actividades de la vida cotidiana. No obstante, la obligación de los padres es proporcionarles contextos seguros para el desarrollo de la autonomía.
En torno a estas edades ocurren perturbaciones pasajeras del sueño, sobre todo cuando la madre está ausente ya que ir a dormir puede estar asociado con el sentimiento de separación de la madre. El niño puede despertarse agitado, gritando y llorando como si algo terrible le hubiese sucedido. También suelen presentarse pesadillas, habitualmente relacionadas con esfuerzos y posibles presiones en su vida diurna así como terrores nocturnos.
Los padres deben saber que la solución no es llevar al niño a dormir junto a ellos ya que ésto creará un hábito difícil de eliminar. Puede ayudar el hecho de que los padres le cuenten un cuento o le canten alguna canción que ayude al pequeño a conciliar el sueño. El promedio de horas que duerme el niño en esta edad suele estar en torno a las 12 o 13 horas diarias.

Los preescolares y el sueño

Un problema bastante común en estas edades es la resistencia a acostarse.
Muchas de las ansiedades comunes de los preescolares pueden acarrear perturbaciones del sueño. Entre las ansiedades comunes está el temor a mojar la cama durante la noche, el estrés relacionado con la escuela y las preocupaciones sobre la hospitalización y la muerte. Además, la edad preescolar es el tiempo culminante de las pesadillas. Una pesadilla es la evidencia de que el niño está elaborando activa y muy adecuadamente las experiencias de su vida. Las pesadillas suelen tener como protagonistas a la oscuridad, a los monstruos, a los ruidos, a los fantasmas, incluso a los animales. Dado que los niños en edad preescolar ya poseen un cierto lenguaje, son capaces de verbalizar sus temores.
En estas edades los niños duermen de 11 a 12 horas por noche habiendo abandonado la gran mayoría la siesta de la tarde.

El sueño y los niños de edad escolar

Los problemas de sueño más destacados a estas edades son el insomnio, la incapacidad de dormirse y la incapacidad de mantenerse dormido.
Los temores de estos niños están basados más en la realidad, llegando a obsesionarse con circunstancias en las cuales podrían verse dañados sus seres queridos (accidentes, terremotos, etc.). Suelen presentarse pesadillas como resultado de la exposición a determinados contenidos del cine o la televisión, así como terrores nocturnos que pueden ser una señal de la angustia vivida por el niño. Es importante no ignorar los problemas del sueño del niño ya que pueden llegar a interferir con factores importantes, tales como la autoestima y el desempeño escolar.
El niño en estas edades duerme entre 10 y 11 horas por noche aunque el horario depende ahora de sus actividades escolares.

La cantidad de horas de sueño de los niños depende de la edad aunque también es cierto que presentan variaciones individuales. Para establecer una comparativa de las horas de sueño entre niños de diferentes edades, proponemos la siguiente tabla como referencia:

EDAD SUEÑO NOCTURNO (HORAS) SIESTAS (HORAS) HORAS TOTALES DE SUEÑO
1 Mes 8.5 8 16.5
6 Meses 10.5 4 14.5
12 Meses 11 2.5 13.5
Dos años 11 2 13
Cuatro años 11 0 11
Ocho años 10 0 10
Doce años 9 0 9
Dieciséis años 8 0 8

TRASTORNOS DEL SUEÑO EN LA INFANCIA

Actualmente, el concepto de sueño implica a factores psicológicos, conductuales, fisiológicos, farmacológicos, etc. Desde un punto de vista fisiológico, el sueño es un estado temporal de inconsciencia caracterizado por un cese de la actividad sensorial, de la movilidad y del estado de alerta. La necesidad de dormir es biológica y aparece periódicamente en ciclos, con el fin de procurar un descanso al organismo y regenerar energías gastadas. No se trata de una situación pasiva, sino de un estado activo donde tienen lugar cambios de las funciones corporales y actividades mentales de enorme trascendencia para el equilibrio psíquico y físico de los individuos. Desde una perspectiva conductual, siguiendo a Buela-Casal (1990), el sueño (tanto su estructura como su duración), estaría determinado por cuatro dimensiones diferentes: tiempo circadiano u hora del día en que está localizado (¿cuánto duerme el sujeto?), factores intrínsecos al organismo (edad, patrones de sueño, estado fisiológico o necesidades de dormir, ¿cómo duerme?), conductas que facilitan o inhiben el sueño (¿qué hace para dormir?), y por último, el ambiente (habitación, temperatura, luz, ruido, etc., es decir, ¿dónde duerme?).
El sueño de los niños, al igual que el de los adultos, es una función fisiológica que puede alterarse. Las alteraciones del sueño en el niño son frecuentes en la infancia. En el caso de ser alteraciones leves, no tienen porqué conllevar ninguna consecuencia grave y suelen desaparecer llegando la adolescencia, pero cuando las alteraciones normales del sueño infantil, se presentan en una intensidad y frecuencia que comprometen el curso normal del desarrollo evolutivo del niño, entonces hablamos de trastorno del sueño. De hecho, muchos problemas conductuales, sociales, de aprendizaje y cognitivos pueden tener su origen en un mal dormir. Estos trastornos pueden llegar a volverse recurrentes y provocar efectos negativos ya que el niño no dormiría bien y repercutiría en cambios en su temperamento, generando una alteración de la dinámica familiar, escolar y laboral. El aspecto social del niño también se vería afectado ya que éste por miedo a que se presente alguna situación desagradable, dejaría de realizar actividades con sus compañeros como irse de acampada o quedarse a dormir en casa de algún amigo.
La conducta para conciliar el sueño o durante éste es variable para cada niño. No todos los niños tienen iguales hábitos de sueño. Entre niños sanos habrá algunos dormilones y otros que duermen poco, algunos lo harán de manera tranquila y otros estarán inquietos. A pesar de la existencia de patrones de sueño característicos para cada etapa del desarrollo infantil, no debemos olvidar que cada niño tiene su individualidad respecto al sueño.
Pese a la definición que hemos ofrecido previamente, hemos de tener en cuenta que la definición de trastornos del sueño en la infancia no es tarea fácil si tenemos presente una serie de consideraciones importantes:

A menudo existen problemas del sueño en lugar de verdaderos trastornos del sueño.
Frecuentemente el problema es para los padres y no para el niño. De igual forma, situaciones que para unas familias son problemáticas no lo son para otras del mismo entorno.
Las diferencias entre lo normal y lo anormal muchas veces es definido según la edad y no según el patrón de sueño. Los mismos síntomas pueden tener significados muy diferentes según la edad del niño. Por ejemplo, es de poco valor saber que un niño moja la cama si desconocemos la edad del mismo pues es una situación normal a los dos años y patológica a los nueve.

Por otro lado, la importancia del sueño en la infancia se ve incrementada por tres razones fundamentales (Pin Arboledas):

El sueño es para el niño la actividad en la que más horas invierte.
Hay una estrecha relación entre los problemas nocturnos y las alteraciones diurnas de comportamiento.
Las alteraciones de los patrones del sueño del niño producen estrés familiar y disfunciones escolares.

Mientras que los problemas del sueño se pueden definir como patrones de sueño que son insatisfactorios para los padres, el niño o el entorno, el trastorno se definirá como una alteración real, no una variación, de una función fisiológica que controla el sueño y opera durante el mismo. Así pues, el trastorno representa una función anormal mientras que el problema puede representarla o no.
En ocasiones, el tratamiento va a ser semejante se trate bien de un trastorno bien de un problema del sueño, debido a que las alteraciones de los patrones específicos del sueño infantil pueden causar serios problemas, incluso cuando se trate únicamente de variaciones de la normalidad.

Miedos infantiles

El miedo es considerado como un fenómeno psicológico normal para el ser humano y especialmente en los niños. De esta forma se considera perfectamente normal que un niño tenga miedo a ciertas situaciones y objetos, lo que no sería igualmente defendido si el humano que afronta esas situaciones es un adulto. La mayor parte de los miedos infantiles no suponen ningún motivo de preocupación ya que suelen considerarse adaptativos en algunas situaciones así como necesarios para el desarrollo psicológico. Sin embargo, en algunos casos pueden llegar a interferir el normal funcionamiento del niño en su medio familiar o escolar. Entonces, los miedos son considerados como un problema psicológico que puede hacer necesaria la búsqueda de ayuda y tratamiento especializado.
Las posibles causas del miedo infantil van cambiando con la edad, y se van centrando en su entorno y en sus experiencias al ir creciendo. Así pues, la edad nos indicará si el miedo del niño es o no consecuente con ésta y cuánto tiempo se puede esperar que éste dure. De todas formas, aunque ese miedo sea propio de la edad, no debe jamás ignorarse. Tampoco sobreproteger al niño cuando aparezca el miedo, pues ello le llevaría a pensar que existe un peligro real respecto a lo que él siente. Lo más conveniente sería hablar con el niño, concretar su miedo, enseñarle a dar el valor real que éste pueda tener así como maneras de disminuir su ansiedad cuando esté próxima la situación desencadenante.

Celotipia

Los celos son un estadio relativamente normal que hay que superar y no tienen importancia si son circunstanciales y pasajeros, pero hemos de prestarles atención cuando alteren la convivencia y el desarrollo normal del niño o sean persistentes y no remitan pasados los cinco años de edad. Si se perpetúan pueden conducir a un desarrollo anómalo de la personalidad, apareciendo síntomas muy diversos, como agresividad incontrolada, manifiesta inseguridad, regresión y desajuste en las relaciones interpersonales (desconfianza, terquedad y envidia). No obstante, debemos tener presente que los celos forman parte de una etapa normal y necesaria en el desarrollo evolutivo que ayuda a los niños a madurar.
Podemos definirlo como un estado afectivo caracterizado por el miedo a perder o ver reducido el cariño de alguien querido, fundamentalmente de la madre, debido por ejemplo, al nacimiento de un nuevo hermano, al que va a tener que dedicar mucho tiempo durante los primeros meses de vida. Este sentimiento provoca la envidia hacia la persona considerada rival en la búsqueda de ese amor fraternal, lo que genera un estado de alarma en los niños, que piensan que pueden llegar a perder la afectividad de los padres y madres. En la familia, la rivalidad entre los hermanos por conseguir el afecto y la atención de los padres suele ser el principal y primer motivo de celos. También es habitual que el hermano pequeño sienta celos de algún hermano mayor, bien porque observa que tiene ciertos privilegios de los que él aún no puede disfrutar por ser pequeño, o bien porque los progenitores muestren mayor interés y predilección por algún hermano concreto.
Para evitar en la medida de lo posible el sentimiento desagradable que suponen los celos, los padres pueden preparar al niño para la llegada de su nuevo hermano, intentando cambiar lo menos posible la rutina del niño tras el nacimiento. Es fundamental no mantener al niño aislado de la madre, hablarle de “igual a igual”, no hacer comparaciones y prestar atención al mayor procurando no darle todos los privilegios al hermano pequeño.

Rabietas

Son comportamientos destructivos e indeseables en respuesta a deseos o necesidades no satisfechas o arrebatos emocionales cuando no se le permite al niño hacer o tener algo que él desea. También corresponden a la incapacidad para controlar las emociones debido a una frustración así como a una dificultad para expresar una necesidad o deseo particular ya que aún no saben expresarlas de una forma socialmente aceptable.
Típicamente incluyen llorar, gritar, patalear u otras muestras de ira o frustración. Conductas menos dramáticas comprenden las quejas persistentes, los chillidos y la irritación. A menudo empiezan a la edad de un año aproximadamente siendo más frecuentes entre los dos y los cuatro años, etapa en la que empiezan a desarrollar su propia independencia y ya no aceptan tan fácilmente el control que ejercen los demás sobre su vida o los límites que les imponen los padres. Casi todos los niños las tienen, pero a la edad de cuatro años la mayoría de los niños desarrollan el autocontrol necesario y las rabietas cesan.
Destacar que se tratan de comportamientos naturales durante el desarrollo de la primera infancia por lo que en principio no deben ser motivo de preocupación. Cuando el niño tiene una rabieta fuerte, es importante que los padres permanezcan calmados y sin perder el control de la situación seleccionen la estrategia más adecuada en cada momento.

Encopresis

Se denomina encopresis a la evacuación repetida e involuntaria de material fecal en lugares socialmente inapropiados a una edad en la que se espera que haya control al respecto, es decir, más allá de los cuatro años de edad, con una frecuencia mínima de un episodio al mes durante tres meses y en ausencia de alguna causa orgánica que la justifique. Este tipo de “escape involuntario”, independientemente de la cantidad y tipo de material fecal, comprende desde el simple manchado de la ropa interior a la evacuación de mayores cantidades de heces.
Aproximadamente el 1% de los escolares en los primeros años presentan este cuadro, existiendo un predominio mayor en niños que en niñas. En la gran mayoría de los casos suele generar en los niños un problema de vergüenza ante los demás, con sentimientos de culpabilidad y pérdida de la autoestima, por lo que tienden a ocultar lo que les está ocurriendo. Es por ello que pese a que en torno a los seis o siete años de edad estos niños suelen superar el problema, es aconsejable intervenir lo antes posible para reducir sus consecuencias negativas tanto a corto como a largo plazo.
La encopresis puede ser grave si hay más de un episodio al día o leve si hay menos de un episodio a la semana. Además, puede clasificarse en:

Primaria: aquella en la que el niño nunca ha manifestado un control intestinal adecuado desde que nació.

Secundaria: aquella en la que su aparición va precedida de un periodo de continencia de por lo menos un año.

psicología y psicoanálisis

Enuresis

Se define como la emisión involuntaria de orina en situaciones o contextos no adecuados, que tiene lugar especialmente durante el sueño en niños mayores de 5 años de edad, con una frecuencia de al menos dos veces a la semana y sin la existencia de una patología orgánica que la justifique. La mayoría de las veces es involuntaria pero ocasionalmente puede ser intencionada. Esta condición a parte de causar molestias a los padres, puede afectar emocionalmente al niño, generando un sentimiento de vergüenza o una pérdida de la autoestima.

La enuresis puede clasificarse en:
Primaria: aquella que presenta el niño desde siempre ya que aún no ha logrado controlar su emisión de orina. Este tipo de enuresis es la más frecuente y tiene tendencia a la remisión espontánea, dándose en mayor proporción en niños que en niñas.
Secundaria: aquella en la que el niño después de haber superado el control de la micción durante una larga temporada (6-12 meses), vuelve a perderlo total o parcialmente.

Cada uno de estos subtipos pueden ser a su vez:

Nocturna: aquella en la que los episodios enuréticos ocurren durante la noche o durante el sueño. Esta es la forma más común de enuresis (65%).

Diurna: aquella en la que los episodios enuréticos ocurren durante el día, con un índice de prevalencia de sólo el 1%, en niños entre 6 y 12 años de edad.

psicología y psicoanalisis

Ansiedad por separación

La ansiedad por separación constituye el trastorno de ansiedad con mayor tasa de prevalencia y puede afectar a un 4% de la población infantil. Es un trastorno que se presenta cuando el niño se separa real o supuestamente de sus seres queridos, especialmente de la madre. Si se mantiene dentro de ciertos límites, esta ansiedad es un mecanismo protector heredado que defiende al niño pequeño de los peligros de los primeros años de vida (Campbell, 1986).
La ansiedad por separación constituye pues, un sistema de protección en los primeros meses y años de la vida del niño. La atenuación posterior de esta ansiedad, a medida que el niño adquiere una mayor movilidad física, es suplida por la aparición de temores específicos, como el miedo a la oscuridad, a las alturas o a los extraños, que reemplazan dicho mecanismo protector (Agras, 1989; Corral, 1985).
Este tipo de ansiedad, cuando ya adquiere un carácter patológico, puede aparecer cuando el niño se aleja de los padres (en el caso, por ejemplo, de acudir a la escuela o de ir de excursión) o cuando los padres se separan del niño (al salir de viaje, por ejemplo) y constituye el trastorno de ansiedad más invalidante para la vida cotidiana en la infancia. La dependencia del niño respecto a la madre adquiere en estos casos unos tintes dramáticos, sin serle posible a ella separarse del niño incluso a pocos metros o durante escasos momentos.
Este trastorno incluye la presencia de miedos irracionales (a estar solos, a irse a la cama con la luz apagada, etc.), de alteraciones psicofisiológicas (pesadillas, pérdida de apetito, náuseas y vómitos, diarreas, dolor de cabeza, etc.) y de ansiedad global, así como un estado de ánimo disfórico y la anticipación de consecuencias negativas, como la sensación de que algo malo va a ocurrir o la certeza de que ya no va a volver a ver a los seres queridos. Estos niños son asimismo reacios a pasar la noche en casa de amigos y pueden experimentar miedo a enfermar y morir, que en la mente del niño representa el temor a la separación de la familia y de los amigos (Agras, 1989).
Desde una perspectiva evolutiva, los niños más pequeños tienden a experimentar el trastorno ante la ausencia real de los padres. Los niños más mayores, sin embargo, pueden experimentarlo incluso con antelación, por ejemplo, cuando se planifica un viaje de los padres. La ansiedad de separación puede traer consigo un rechazo del colegio, que, de prolongarse, puede ser causa de retraso escolar e incluso de dificultades en la relación interpersonal con los compañeros (Corral, 1990).

PROBLEMAS Y DIFICULTADES EN EL DESARROLLO EVOLUTIVO DEL NIÑO

PROBLEMAS Y DIFICULTADES EN EL DESARROLLO EVOLUTIVO DEL NIÑO EN LA ETAPA DE EDUCACIÓN INFANTIL (DE TRES A SEIS AÑOS)

Antes de exponer las principales dificultades que puedan presentarse en el desarrollo evolutivo del niño de educación infantil, debemos tener en cuenta una serie de consideraciones que pueden estar modulando la aparición y/o mantenimiento de dichas dificultades:

Características de la infancia

Consideraciones evolutivas

Edad. Se presenta como uno de los aspectos más importantes a tener en cuenta, dado que lo que puede resultar como absolutamente normal en una edad determinada puede que ya no lo sea en otra edad. Conductas que pueden ser consideradas sintomáticas en un edad pueden ser consideradas normales evolutivamente en otra edad como es el caso de los miedos (Campbell, 1993).

Nivel evolutivo. La evaluación de los niños de cualquier edad necesita de un conocimiento exacto del “desarrollo normal”, incluyendo la tasa base de las conductas de interés y de los cambios de esas conductas en las diferentes edades y niveles de desarrollo (Luciano, 1989). Los niños experimentan rápidos cambios y los problemas de comportamiento aparecen y desaparecen en las diferentes edades. Es por ello que el patrón más común sería que las conductas problemáticas se atenúan progresivamente con la edad. Una consecuencia de estos rápidos cambios es que un determinado problema puede desaparecer y ser reemplazado por otro en otra edad.

Situacionalidad de la conducta infantil. Aunque la situacionalidad pueda ser una característica del comportamiento humano independientemente de la edad, ésta es mucho más evidente, intensa y frecuente durante la infancia (Toro, 1991). La restricción de ambientes en que vive el niño y la situacionalidad del comportamiento infantil son otros dos factores que vuelven a mostrar su singularidad en la infancia. El comportamiento del niño puede ser muy diferente según se encuentre en casa o en el colegio, aunque en cada uno de esos contextos, por separado, sea bastante estable. No es infrecuente que determinadas conductas, tanto normales como anormales, únicamente aparezcan en uno de esos ambientes. Pero es que cada situación es física y socialmente diferente y exige del niño comportamientos diferentes. La familia, la escuela y el grupo de compañeros de clase, se presentan como los tres contextos específicos que tienen una especial influencia en el desarrollo y mantenimiento del comportamiento normal y anormal del niño.

Carácter interactivo de la conducta infantil. Los niños, durante un número considerable de años, son muy dependientes de sus contextos más inmediatos y en especial de los contextos familiar y escolar. Pese a que el niño vive inmerso en una red de relaciones e influencias recíprocas, es sin duda la parte débil en este proceso. Muchos acontecimientos que ocurren en esos contextos superan las capacidades y posibilidades de afrontamiento del niño, lo cual puede llegar a generar una serie de consecuencias negativas tanto a corto como a largo plazo.

El papel determinante de los adultos. En ocasiones los problemas o dificultades que presenta el niño pueden reflejar la existencia de problemática familiar o de los padres. Existen diversos factores que influyen en que sea requerida la ayuda para un niño, independientemente de su comportamiento o estado emocional. Un factor es el grado de tolerancia de los padres al comportamiento o problema del hijo ya que cuanto menos tolerantes sean los padres mayor será la tendencia a sobrevalorar la “conducta problemática” del hijo. Otro factor que influye es la conflictividad conyugal, pues a mayor conflictividad, menor tolerancia ante las características negativas del hijo (Toro, 1991).

Teniendo en cuenta todas estas consideraciones pasaremos a describir algunos de los problemas y dificultades que suelen darse con más frecuencia en el desarrollo evolutivo del niño de educación infantil

psicología infantil

Thursday, May 25, 2006

Psicología Infantil

Estudio del comportamiento de los niños desde el nacimiento hasta la adolescencia, que incluye sus características físicas, cognitivas, motoras, lingüísticas, perceptivas, sociales y emocionales.
Los psicólogos infantiles intentan explicar las semejanzas y las diferencias entre los niños, así como su comportamiento y desarrollo, tanto normales como anormales. También desarrollan métodos para tratar problemas sociales, emocionales y de aprendizaje, aplicando terapias en consultas privadas y en escuelas, hospitales y otras instituciones. Las dos cuestiones críticas para los psicólogos infantiles son: primero, determinar cómo las variables ambientales (el comportamiento de los padres, por ejemplo) y las características biológicas (como las predisposiciones genéticas) interactúan e influyen en el comportamiento; y segundo, entender cómo los distintos cambios en el comportamiento se interrelacionan.
Historia
Tanto Platón como Aristóteles escribieron sobre la infancia. Platón sostenía que los niños nacen ya dotados de habilidades específicas que su educación puede y debe potenciar. Sus puntos de vista siguen hoy vigentes en la idea de las diferencias individuales ante una misma educación. Aristóteles, por su parte, propuso métodos de observación del comportamiento infantil, que fueron precursores de los que hoy aplican los investigadores. Durante varios siglos después, apenas hubo interés por el estudio del niño, al que se veía como un adulto en miniatura, hasta que en el siglo XVIII el filósofo francés Jean-Jacques Rousseau se hizo eco de las opiniones de Platón, postulando que los niños deberían ser libres de expresar sus energías para desarrollar sus talentos especiales. Esta perspectiva sugiere que el desarrollo normal debe tener lugar en un ambiente no restrictivo, sino de apoyo, idea que hoy nos resulta muy familiar.
El estudio científico En el siglo XIX, la teoría de la evolución dio un fuerte impulso al examen científico del desarrollo infantil. Darwin hizo hincapié en el instinto de supervivencia de las distintas especies, lo que provocó el interés por la observación de los niños y por conocer los distintos modos de adaptación al entorno, como medio también de conocer el peso de la herencia en el comportamiento humano. Estos estudios tuvieron un valor científico limitado por su falta de objetividad e incapacidad para describir adecuadamente los comportamientos observados, haciendo imposible su validación.
La investigación científica sobre el desarrollo infantil hizo grandes progresos a comienzos del siglo XX. Uno de los mayores estímulos sería la introducción, en 1916, por parte del psicólogo estadounidense Lewis Terman, del test de inteligencia conocido hoy como test de Stanford-Binet, que condujo a una serie de estudios sobre el desarrollo intelectual del niño. En la década siguiente, un grupo de científicos estadounidenses comenzaron a realizar observaciones de carácter longitudinal a gran escala de los niños y sus familias: el mismo niño era seguido, observado y examinado durante un cierto periodo de su desarrollo. Psicología Infantil